Un espacio destinado a fomentar la investigación, la valoración, el conocimiento y la difusión de la cultura e historia de la milenaria Nación Guaraní y de los Pueblos Originarios.

Nuestras culturas originarias guardan una gran sabiduría. Ellos saben del vivir en armonía con la naturaleza y han aprendido a conocer sus secretos y utilizarlos en beneficio de todos. Algunos los ven como si fueran pasado sin comprender que sin ellos es imposible el futuro.

miércoles, 6 de diciembre de 2017

Otro mundo es posible




Escrito por José Zanardini (*)

En los bosques del cerro sagrado Jasuka Vendá en el Amambay, donde reina una atmósfera de profunda armonía creada por los rituales propiciatorios de los chamanes, no hay nada más gratificante que despertar con el suave y maravilloso concierto polifónico de diferentes especies de aves magistralmente afinadas y coordinadas por la misma naturaleza.

Al abrir los ojos, vi desde mi hamaca al cacique pãi tavyterá Eulogio, disfrutando en su «apyka» del mate matutino.
–¿Estás escuchando la música de los guyra kuéra? –me preguntó.
–Claro que sí –le respondí–, me encanta.
–¡Cómo quisiera –continuó Eulogio– que en Paraguay políticos, campesinos, comerciantes, docentes, indígenas y extranjeros pudieran vivir bien y felices! 
El buen vivir es un concepto que se extiende a todo y a todos; no solo a los seres humanos, sino también a la tierra, los árboles, el agua, el aire. Todos tienen el derecho de vivir de acuerdo a sus propias necesidades y características.

–El árbol llora cuando lo cortan –dijo el chamán Ignacio, sentado en su apyka, un poco más lejos–, y los otros árboles sufren al verlo morir. La tierra gime cuando agoniza al ser rociada con químicos, el agua se enoja al recibir agrotóxicos y luego, después de evaporarse y condensarse en nubes, nos castiga con granizos, inundaciones, destrucciones.

El chamán apoyó los codos en las rodillas y el mentón en las manos y se quedó concentrado y callado mientras iban llegando más indígenas, sobre todo mujeres y niños.

Tras un largo silencio alegrado por el concierto de los guyra kuéra, el chamán, sin levantar la cabeza, en voz muy baja, apenas perceptible, susurró: «Oigo el gemido de los árboles, veo un extraño movimiento de animales que huyen despavoridos, la tierra emite suspiros de dolor, las flores lloran, el cielo se oscurece y el agua se evapora… El gran fuego se está acercando». La floresta entró en un silencio sepulcral y los pájaros suspendieron sus conciertos.

El arte del buen vivir 
El buen vivir es una concepción muy difundida entre los pueblos indígenas del continente –los aymara lo llaman «suma qamaña»; los quechua, «sumak kawsay»; los mapuche, «kime mogen»; los guaraní, «ñande reko»– que no ve en la naturaleza un objeto para usar y abusar sino un sujeto viviente, con derechos y proyectos existenciales. Los humanos, como parte de ella, debemos desarrollar una convivencia cósmica. De esto, entre otras consecuencias, se desprende que la economía debe ser renovable y solidaria. Este es un punto clave de la posmodernidad; al ignorarlo, se cumplirá la visión apocalíptica del chamán.

Después de la caída del muro de Berlín en 1989, con el triunfo de la globalización y del pensamiento único, se impuso la frase de Margaret Thatcher «There is no alternative»; o sea, no hay otra posibilidad que un crecimiento económico prácticamente ilimitado. El lema thatcheriano goza todavía de muy buena salud, pero pensadores, filósofos y economistas lo contradicen afirmando que hay alternativas al modelo vigente. Como el profesor de la Universidad de París Serge Latouche, con su propuesta de «las ocho R», ocho verbos que representan otros tantos caminos para inspirar políticas públicas y prácticas personales y comunitarias: Reevaluar, Reconceptualizar, Reestructurar, Redistribuir, Relocalizar, Reducir, Reutilizar, Reciclar. Las ocho R no constituyen propiamente un proyecto alternativo, sino una matriz, porque no pueden aplicarse de la misma manera en Francia, Brasil o Nueva Zelanda. Para construir un futuro sustentable se necesita un cambio en la relación con la naturaleza, la producción y la distribución; sin embargo, le toca a cada sociedad elaborar su proyecto político propio.

Uno de los problemas que más afligen a las sociedades industrializadas es el desempleo; solucionarlo requiere relocalizar, reconvertir y reducir. Se trata de generar a nivel local una nueva vida económica, social, política y cultural. Lo producido por la globalización fue una mercantilización del mundo y no una mundialización de los mercados. ¿Se acuerdan de la expresión «made in» Europa hace un par de siglos: «Libre zorro en libre gallinero»? Con este principio, el zorro europeo destruyó la economía de los campesinos chinos; pero ahora el zorro chino destruye el tejido industrial europeo.

Reconvertirse a la energía renovable permite vivir holgadamente sin caer en la actual sociedad del desperdicio, donde, según Latouche, el cuarenta por ciento de los alimentos producidos se tira a la basura y cada mes salen de Estados Unidos ochocientos barcos a descargar computadoras, productos electrónicos y celulares obsoletos en los océanos o en tierras africanas, produciendo contaminación.

Sobre la reconversión de la agricultura, Olivier de Schutter, copresidente del Panel Internacional de Expertos en Sistemas Alimentarios Sostenibles y antiguo relator especial de las Naciones Unidas sobre el derecho a la alimentación, decía: «No creo que la agricultura biológica pueda alimentar en el futuro a doce mil millones de personas, pero estoy seguro de que la agricultura productivista no podrá hacerlo». Sabemos que para producir un kilo de carne se consumen seis litros de gasoil. Cada año, dieciséis millones de hectáreas se convierten en desierto porque los pesticidas son biocidas, matan todo. Se necesita una agricultura sin pesticidas ni químicos. No se trata de volver al pasado sino de crear nuevas tecnologías y posibilidades.

Reducir todo, empezando por el horario de trabajo. El lema «trabajar más para ganar más» es una falacia; en base a la ley de demanda y oferta, al producir más aumenta la oferta, pero siendo que la demanda es baja, el resultado es la disminución del costo del trabajo, que es, lamentablemente, el salario. Se trabaja siempre más y los salarios valen siempre menos. Latouche sugiere una reducción drástica del horario del trabajo para que haya trabajo para todos y tiempo libre para disfrutar de la vida.

Actualmente, junto al crecimiento económico está el del estrés: insatisfacción, frustración, depresiones, locura, suicidios en constante aumento. ¿Qué sociedad estamos sosteniendo? ¿No es hora de pensar en otro modelo? Los habitantes de este hermoso planeta merecemos vivir felices.

Bibliografía 
Serge Latouche: «Diventare atei della crescita», en: ADISTA nº 24, Roma, julio 2016 
– La sociedad de la abundancia frugal, 2012

Correo josezanardini@hotmail.com
Fuente
Diario ABC Color (Asunción-Paraguay) – 3 de Diciembre de 2.017 

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